Israel Kirzner, con base a lo aprendido de sus profesores Ludwig von Mises y Friedrich Hayek, define la función empresarial como la acción para modificar el presente y lograr alcanzar diferentes objetivos en el futuro, que puede ser ejercida por cualquier persona, es decir, la función empresarial es la acción humana.
Según Kirzner, a su vez, en toda acción humana está presente el elemento empresarial, que va mucho más allá de la toma de decisiones. Prima la acción sobre la decisión, lo que supone libertad total del entorno en el que se desarrolla la función empresarial para que no tenga límites, no se interrumpa o no se distorsione el proceso de la acción humana.
En su libro, Competition and Entrepreneurship, Kirzner, define el concepto de la alerta emprendedora. Los empresarios, no deben reaccionar, sólo, a condiciones de mercado existentes, deben, también, estar atentos a las posibilidades de evolución y cambio positivo. La alerta emprendedora, determina la generación de nuevas oportunidades de beneficios y estructura la verdadera competencia en el libre mercado.
Para Kirzner, los empresarios desempeñan una función determinante en la dinámica orgánica de los mercados, por la motivación que tienen de buscar, permanentemente, oportunidades de beneficio. La competencia como proceso dinámico de descubrimiento, frente a la noción estática de la competencia perfecta de la que hablan los Neoliberales.
Israel Kirzner, rompe con la concepción tradicional de la competencia al presentarla como un proceso de descubrimiento continuo en lugar de un estado de equilibrio perfecto. Kirzner introdujo la idea de que la competencia ocurre, realmente, como un proceso de descubrimiento empresarial.
Un Club Deportivo por su esencia y por su naturaleza jurídica, tiene castrada su capacidad para descubrir y tener motivaciones para desarrollar procesos de competencia dinámicos. Por el contrario, un club deportivo está condenado a ser un espectador pasivo de los grandes cambios que ocurren en la competencia de los equipos de fútbol estructurados como sociedades anónimas.
Gastarse el dinero de otros en sí mismo o en terceros, es una oda al despilfarro y una violación reiterada a la propiedad privada. Si el presidente de una gran sociedad anónima, por ejemplo, le diera la orden, al vicepresidente financiero, para que pagara una inmensa pancarta, que se mandó a hacer con su nombre para colocarla en la fachada de la sede de la empresa, la gobernanza corporativa entraría en acción y el sistema de frenos y contrapesos, haría que se negara a cumplir con tan ególatra solicitud.
Los clubes deportivos funcionan como mini Paraísos Fiscales, sin dios ni ley, que no solo quieren eludir cargas fiscales, sino que quieren evitar las opiniones y presiones de los stakeholders, evadir a los revisores fiscales, sin tener que presentar cuentas ante sus socios en las asambleas de accionistas, evadir cualquier tipo de responsabilidad de la administración ante la junta directiva y, por supuesto, excluir el ejercicio de los derechos políticos y patrimoniales que tienen los socios en una sociedad anónima, proporcionales a su participación en la estructura accionarial de la sociedad.
Sólo los accionistas de una sociedad anónima, pueden determinar el uso eficiente de los recursos disponibles que, en un club deportivo, por culpa de una interpretación sórdida de la propiedad, que es de todos pero que no es de nadie en particular, termina siendo ejercida por el presidente del club que se convierte en el ordenador del gasto, a discreción, solo por ser el que manda.
Hábilmente, Juan Román Riquelme se rodeó de unos “asesores” que, también, son considerados ídolos por los hinchas, que los hace inmunes, los blinda y evita la reacción de los “socios” que, en un club deportivo, no lo son en el mismo sentido que los socios de una sociedad anónima, entonces, no piden cuentas, no reclaman, ni dicen nada porque, además, Riquelme es un semidios y Boca es una pasión, dicen.
Boca Juniors, un equipo que parece jugar en la liga senior master que, por razones obvias, tiene un costo de nómina más bajo, mucho más barato que si contara con una nómina de lujo, de buenos jugadores en edad productiva. Una nómina cómo la que tienen los mejores equipos del mundo que, en su gran mayoría, son sociedades anónimas. Un club deportivo, por carecer de la función empresarial y al carecer de ánimo de lucro, no necesita ser eficiente, ni racionalizar el gasto porque los ingresos los tienen asegurados, los recibe por anticipado en cada temporada y se los deben gastar todos porque no es necesario generar utilidades.
Le cobran cualquier cosa a unos fanáticos que convierten las entradas para ver un partido en bienes Giffen. La formación y fijación de los precios de las entradas no guarda ninguna relación con las leyes del mercado y solo atiende al grado de fanatismo del comprador que no escatima en gastos para poder ir a ver al partido del equipo de sus amores, esto, Riquelme lo sabe.
Sólo en un club deportivo le pueden cobrar a un jugador, $10 millones de dólares por querer cambiarse de liga. La libre movilidad laboral, afectada de manera grave, no solo por los comentarios que hizo Riquelme, en su momento, sino por destruir la acción humana del “Colo” Barco.
A propósito, en una sociedad anónima, su junta directiva, no podría permitir tamaña atrocidad. Ese tipo de abusos, en contra de los empleados, serían condenados. Incluso, una cláusula de castigo por rescindir un contrato, podría ser tipificado como secuestro extorsivo, en legislaciones evolucionadas, al coartar la libre movilidad a cambio del pago de dinero.
Las Barras Bravas, se convierten en la Guardia Pretoriana del modelo del Club Deportivo porque saben que una sociedad anónima, por su gobernanza corporativa, excluye cualquier tipo de violencia. Además, los socios no van a querer terminar inmersos en casos de financiación del terrorismo o lavado de activos, que los lleven a ingresar en listas restrictivas en los mercados financieros mundiales.
No es una coincidencia que Riquelme ingrese en las tribunas de las barras bravas, se haga fotos y termine abrazando a los gánsteres que las lideran. Es impensable que el CEO de una sociedad anónima, por ejemplo, se preste para estar del lado de los que generan que la imagen de su empresa se deteriore, no muestra empatía con los socios y proyecta valores que no son los corporativos.
Este trato privilegiado, dado a una minoría violenta, a unos marginados que el Club Deportivo considera cómo seres inferiores, incapaces para poder pagar la entrada al estadio para ver los partidos de su equipo, termina generando el pago de una permanente extorsión que, una sociedad anónima deportiva, no está dispuesta a tolerar y, mucho menos, a usar los recursos de la sociedad para financiar a una minoría de trogloditas salvajes.
Si Boca Juniors jugara en una de las ligas más importantes y competitivas del mundo, los socios del equipo representados en su junta directiva, ya hubieran sacado a Juan Román Riquelme, por sus pésimos resultados. El interés privado, atomizado y diverso, en la estructura accionaria de una sociedad anónima, está muy por encima del interés personal mezquino del presidente del club deportivo, que instrumentaliza a las barras bravas como si fueran sus fuerzas de choque personales para infundir terror entre todos los que se atrevan a contradecirlo o cuestionarlo por su paupérrima labor.
Pareciera entonces, que la competencia deportiva, se ve seriamente afectada si no existe en una organización deportiva, la competencia empresarial. La sociedad anónima que inscribe sus acciones en una bolsa de valores, se somete al escrutinio y a la sabiduría del mercado. Es la fuente de financiamiento más barata y eficiente que existe, que permite la inyección de capital necesaria para tener una nómina competitiva que pueda volver a ganar torneos importantes.
Claudio Tapia, presidente vitalicio de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), desde su yate de descanso en Mónaco, obvio, se opone al avance de las Sociedades Anónimas Deportivas, entre otras cosas, porque la base de su inmensa fortuna, es la estructura anacrónica que dejó montada el nacional socialista obrero argentino, Juan Domingo Perón, que obligó a los mejores jugadores del mundo de esa época, irse a Colombia a buscar El Dorado de la libertad.
El club deportivo Boca Juniors, tiene todos los vicios para participar en un libre mercado con libre competencia, por lo tanto, es obvio, no podrá ser competitivo en términos deportivos. Boca, hasta que no se convierta en una sociedad anónima, seguirá siendo una gran fábrica de fallas de mercado y, muy seguramente, no volverá a ganar campeonatos importantes mientras mantenga su actual estructura organizacional.