El fenómeno venezolano se erige como un ejemplo emblemático en la historia contemporánea global. Desde su instauración en 1998, el régimen chavista, de esencia narco tiránica, ha mostrado un avance constante y sistemático sobre los derechos de propiedad de los ciudadanos. Su autoritarismo, centralismo y la represión de la libertad individual han desencadenado una crisis económica, social y política sin parangón en la historia de Venezuela. En este contexto, el Estado se transforma en un instrumento de opresión que ahoga la libertad y la creatividad individual, buscando perpetuar el poder y el control en manos de una élite política y económica. Pero la historia no concluye aquí. El régimen chavista ha fortalecido su dominio mediante el adoctrinamiento ideológico en las fuerzas armadas, evocando reminiscencias de la antigua Italia fascista de Mussolini o de la Alemania nazi de Hitler. El culto a la personalidad, quasi religioso, hacia Hugo Chávez, enmarcado en un incipiente delirio nacionalista, ha permitido que el sistema chavista se afiance no solo en el ámbito político, sino también en el militar, cultural e ideológico.
La presencia de naciones en el territorio venezolano, que ejercen control sobre aspectos fundamentales de la economía y la política del país, como son Cuba, Rusia, China e Irán, ha fortalecido al chavismo, transformándolo no solo en un fenómeno que restringe libertades a nivel regional, sino también en un epicentro del injerencismo transnacional. La presencia del narcotráfico y el crimen organizado, que se han normalizado en este sistema, ha elevado al chavismo a la categoría de una superpotencia en el ámbito del narcotráfico a nivel mundial, con organizaciones infames como el Tren de Aragua y/o el Cartel de los Soles. Es evidente que el sistema criminal chavista se presenta como una criatura extraordinariamente inusual.
Un aspecto interesante del narco-chavismo es lo que, en el lenguaje coloquial, se conoce como el “anillo principal de protección” del chavismo. Este anillo al que se alude simboliza la “oposición”. Aunque para un lector que no esté familiarizado con la compleja realidad política de Venezuela esto pueda parecer extraño o perturbador, la verdad es que esta táctica de una oposición ficticia, orquestada por el propio régimen, no es en absoluto novedosa. En la otrora Unión Soviética, se concibió la estrategia de forjar una oposición que se ajustara perfectamente al régimen comunista, como si se tratara de un sastre confeccionando un traje a medida. Desde sus comienzos hasta la actualidad, el régimen chavista ha mantenido una estrategia política inalterable. En este contexto, figuras políticas como Rafael Arias Cárdenas, Manuel Rosales, Henry Falcon, Julio Borges, Henry Ramos Allup, Miguel Pizarro, David Smolansky, Leopoldo López junto a su esposa Lilian Tintori, Henrique Capriles Radonski y Juan Guaidó han desempeñado un papel crucial: el de ser una oposición ficticia, diseñada por el propio régimen chavista para ofrecer una apariencia de disidencia. Los actuales “líderes” de esa engañosa oposición, María Corina Machado y Edmundo Gonzales Urrutia, no escapan a esta norma.
Esta costumbre de la falsa oposición, o de la opoficción, como acertadamente la ha denominado Eduardo Bittar; tiene sus raíces incluso antes de la ascensión del chavismo al poder. Su origen se remonta a 1958, con la llegada de Rómulo Betancourt a la presidencia y el posteriormente mal denominado “Pacto de Punto Fijo”, un acontecimiento que se erige como el inicio del socialismo en Venezuela y, por ende, el comienzo de la decadencia del país.
La legitimación del sistema criminal chavista mediante procesos electorales, la aceptación de sus instituciones y la ilusión creada por estrategias engañosas para escapar del régimen, han convertido a esta opoficción en la mayor estafa política de los últimos años; es una fantasía y una necedad pensar que se puede escapar del chavismo a través de métodos convencionales o democráticos. Desde el año pasado, hemos sido testigos de las engañosas promesas de Corina Machado y su grupo de ilusionistas, proclamando que “el régimen caerá sí o sí” el 28 de julio de 2024, fecha de las últimas elecciones presidenciales fraudulentas. Una promesa similar se hizo para el 10 de enero de este año, cuando se esperaba que el señor Urrutia asumiera la presidencia “sí o sí”. Sin embargo, el desenlace fue que el señor Urrutia huyó cobardemente a España, con la complicidad del mismo régimen chavista y del gobierno socialista español. Además, se ha propagado la ilusión engañosa de una presunta intervención militar liderada por Erick Prince y el colectivo “Ya casi Venezuela”, el cual se dedicó a la recaudación de fondos a través de donaciones voluntarias, que finalmente no condujeron a ningún resultado tangible. Una de las más recientes falacias promovidas por los voceros de Corina Machado es la noción de que la actual administración del gobierno de Donald Trump intervendría en Venezuela para derrocar al tirano Maduro, al mismo tiempo que reconocería a Edmundo como el legítimo presidente del país. Sin embargo, la realidad es muy distinta: la visita de Richard Grenell al Palacio de Miraflores, donde exigió la repatriación de varios prisioneros políticos de nacionalidad estadounidense, sugiere un reconocimiento implícito de Maduro en su papel como mandatario (ilegítimo) de Venezuela. Asimismo, la prohibición impuesta a Chevron para operar en el país representa un retorno a las políticas de sanciones por parte de la administración Trump hacia el régimen chavista, similar a lo que se observó en su primer mandato.
Finalmente, la célebre afirmación del maestro Noel A. Leal resuena con fuerza en la actualidad: quiero salir del chavismo, pero la oposición no me deja. Surge entonces la inquietante pregunta: ¿está Venezuela irremediablemente atada al chavismo? Afortunadamente, la respuesta es negativa. Aunque es innegable que valientes como Oscar Pérez o Juan Carlos Caguaripano han sucumbido en la lucha o han sido víctimas de secuestro y tortura a manos del régimen chavista, han emergido nuevos líderes, herederos de la noble causa de la libertad, dispuestos a avivar la llama de la emancipación en Venezuela. Eduardo Bittar ha emergido en el panorama político nacional como un símbolo de la lucha por la libertad en Venezuela. Su compromiso va más allá de la resistencia activa contra el chavismo en las calles; se distingue por su valentía al exponer, sin reservas, a esa oposición que se muestra complaciente con el régimen narco-tiránico y criminal chavista. Es evidente que esto ha suscitado la crítica de individuos irreflexivos y carentes de juicio, quienes se especializan en la adulación y en el arte de la estafa.
Una meditación personal que considero fundamental en esta contienda es que no se trata únicamente de una lucha política, sino de una intensa y audaz batalla cultural. No tiene sentido vencer al chavismo si, al final, nos encontramos con una multitud desinformada, susceptible a las seducciones engañosas de la democracia, que podría llevarnos de nuevo a los sombríos abismos del comunismo.
El desconocimiento total y absoluto al régimen criminal chavista, desde su repugnante panfleto que se ha convertido en constitución, hasta sus instituciones; la burla hacia los líderes chavistas y la opoficción, la lucha cultural e ideológica, así como la organización y resistencia armada contra el régimen chavista, constituyen, en su totalidad, un camino auténtico para erradicar de una vez por todas el nefasto chavismo y restaurar a Venezuela en su grandeza. Este es el único rumbo a la libertad, no se me ocurre otro mejor para lograr nuestros objetivos.