La mentira ha sido un elemento recurrente en la historia política, moldeando naciones y configurando el destino de líderes y pueblos. Desde la retórica de los grandes oradores de la antigüedad hasta las campañas electorales contemporáneas, la desinformación ha servido como herramienta para manipular la opinión pública. Tal como la conocemos en Argentina, la mentira le sirvió históricamente a muchos políticos para alcanzar sus fines, que son dos: conquistar y mantener el poder.
La mentira en política – revisionismo histórico.
La mentira, la ocultación de información, la tergiversación y el secretismo han estado presentes en la vida pública de toda sociedad humana. Sí, es difícil de creer, pero no es algo propio de la casta política argentina.
La política antigua y luego la medieval estuvieron dominadas por una consideración positiva de la mentira heredada de Platón. El filósofo ateniense sostenía que sólo pueden ser gobernantes aquellos seres humanos que estén inclinados por su naturaleza al desempeño intelectual. Los gobernantes aptos eran aquellos que lograron alcanzar a comprender la idea del bien supremo. El elitismo intelectual platónico de La República establece una frontera entre los cultos y los ignorantes e introduce un paternalismo autoritario que dicta que aquellos que mantienen el monopolio del conocimiento deben guiar a la masa. La censura era un mecanismo no solo válido sino también necesario; y la mentira debía ser de gobernantes a súbditos, y no al revés: “Una mentira es útil solo como medicina para el hombre y el uso de estas mentiras debe reservarse solo a los médicos” (Platón).
Asimismo, el engaño no está circunscripto solo a Occidente. Ya en China, en el mismo siglo de oro de Pericles (V Ac) donde triunfaron los grandes pensadores griegos, se hablaba de la mentira como un arte militar. Sun Tzu decía: “El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las trampas se mueven, aparentar inactividad”. Dominar el engaño te hacía ganar batallas.
Más tarde en el medioevo, Nicolás Maquiavelo, padre de la ciencia política, ponderaba el uso de la mentira como instrumento de poder. El ser humano es un ser débil, malévolo, que necesita ser adiestrado. Hay que tener la misma astucia del zorro. La recomendación que le hacía Nicolás al príncipe Lorenzo de Médici era utilizar el engaño como instrumento político: “Si todos los hombres fueran buenos, este precepto sería malísimo, pero ellos como son malos y no observarán su fe con respecto a ti, si se presentase la ocasión, no estás obligado a guardarles tu fidelidad”. Sin embargo, mentir a los colaboradores y ministros de mayor lealtad supone un autoengaño para el propio príncipe. Por tanto, la lección que transmite es que en la política existe una mentira aceptable que es aquella que garantiza la perpetuación del poder del gobernante, mientras que existe una mentira que es inaceptable que es aquella que puede establecerse entre el dirigente y sus consejeros de mayor confianza.
Durante períodos de crisis, las mentiras pueden intensificarse, como se vio en las propagandas de guerra que distorsionan la realidad para justificar acciones bélicas. “Repite una mentira con suficiente frecuencia y se convierte en verdad”, frase de cabecera de Joseph Goebbels, ministro de propaganda de Adolf Hitler en la Alemania nazi.
La mentira en las democracias modernas
Lo que vemos, indudablemente, es el uso de la “noble mentira” en la historia como mecanismo de control poblacional e instrumento militar. El modus operandi es así: el déspota la apaña, la tergiversa y la distribuye; nace la “razón de Estado” necesaria para cuidar al pueblo, una suerte de Estado benefactor comunicacional.
Ahora bien, en un sistema democrático moderno, ¿cuál es el beneficio neto de mentir?
Para Nietzsche el problema no es la mentira per se, sino la capacidad que tiene el hombre de poder volver a creer. En este sentido, la mentira no actúa siguiendo el orden espontáneo sino como un catalizador negativo de la confianza; son interdependientes, más aun, son inversamente proporcionales. Esta relación biológica parasitaria entre ambos está basada en un depredador (mentira) que se nutre a expensas de un huésped (confianza), perjudicándola. Es en este perjuicio que la condiciona y la limita.
Es por eso que el valor de la palabra, en política, tiene un sabor especial: la credibilidad, cimentada sobre instituciones fuertes y líderes que actúan con firmeza generan progreso y confianza en el pueblo. El líder es el que mantiene la cuerda firme para que los equilibristas no nos caigamos. No se puede permitir ni un margen de error. El pueblo, por consiguiente, confía y procura no mirar abajo, porque sabe que hay una persona con el suficiente carácter y firmeza para evitar la catástrofe.
La democracia tiene un condimento adicional: si el pueblo se siente estafado por la mentira piadosa de un político, no lo vota más. En democracia, los partidos políticos son industrias o marcas que confeccionan un producto que son los candidatos políticos y que son consumidos por los votantes. Este consumo dependerá principalmente de la comunicación política y la traducción que los políticos realizan de las diversas demandas de los ciudadanos. La honestidad, la sinceridad, la bondad y la humildad son ampliamente valorados en democracia y ayudan a consolidar el poder político.
Como vemos, ya no hace falta la mentira, la corrupción, el engaño, la falsedad, la manipulación, como se hizo históricamente para consolidar el poder. En la era Moderna, con instituciones democráticas y culturales más fuertes, y una población más instruida, el poder se mantiene contrariamente a través de la sinceridad y la honestidad; de esta manera se crea una sensación de entendimiento con el pueblo, un vínculo y una simbiosis muy difícil de romper donde gobernantes y gobernados trabajan juntos por el progreso de la nación. Esto introduce un elemento de obligación ante el candidato político que debe procurar que aquello que dijo o prometió debe corresponderse con aquello que hizo o hará.
El juicio final, siempre, será de la gente.