La Guerra Fría demostró que la ONU es una oenegé inservible y había cumplido con todas las causales para su disolución. Esta ONG, costosísima para todas las naciones por el gasto inútil que representa, resultó siendo útil, solamente, para someter a la sociedad con la perversión de su discurso.
Ante el evidente fracaso de mantener la paz mundial, la ONU empezó a crear nuevas desgracias, su especialidad, para poder ser considerada y percibida cómo necesaria, saliéndose de la esfera de las naciones y entrometiéndose en la actividad privada.
Este fue el gran cambio que se introdujo con la llegada del Siglo XXI. La iniciativa del Pacto Global, que promovía la lógica sostenibilidad corporativa porque el empresario crea su empresa con el objetivo que su actividad productiva permanezca y perdure en el tiempo que, por elemental sentido común, debe hacer las cosas bien, de manera correcta, soportado en una gobernanza corporativa que así lo permita y facilite.
Sin embargo, bajo este disfraz lógico, la ONU se apoderó de la cultura corporativa de las empresas privadas que, se dieron cuenta, era la mejor forma de permear a la sociedad, varias capas por debajo de la esfera gubernamental, disfrazada de buenas intenciones y justificada con causas muy nobles que, además, generaba una nueva fuente de ingresos para las moribundas arcas de la ONU.
En el año 2006, surgió la iniciativa de los Principios de Inversión Responsable (PRI) de la ONU, que era llevar los mismos dogmas globalistas del Pacto Global a los mercados financieros, cobrándole, a los que se afiliaron, altas cuotas de pertenencia para, en un acto de validación reputacional, generar confianza al interior de la industria financiera.
Repetían algo que los mercados ya sabían porque, los activos financieros, son flujos de dinero futuros. Privilegian el análisis financiero fundamental sobre el técnico, obvio, porque el ejercicio de prospección que realiza el inversionista se debe basar en el comportamiento futuro esperado que se tenga sobre la actividad corporativa y no sobre estimados, hechos con base al comportamiento histórico de los estados financieros.
Administración de portafolios para dummies que, la ONU, vendió como un gran descubrimiento financiero para poder cobrar jugosas sumas de dinero a los grandes fondos de inversión del mundo a cambio de decirle a los mercados, que los fondos eran sostenibles porque usaban el sentido común al evaluar los factores ESG (Enviromental, Social & Governance), que son los mismos factores Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG), en español.
La cereza puesta en la crema chantilly del pastel de la desgracia fabricado por la ONU, fue la promulgación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), diecisiete objetivos que se inventaron unos pocos desocupados, que nadie eligió para tan altos menesteres, y presentaron en la Cumbre de la ONU sobre el Desarrollo Sostenible, celebrada en septiembre del 2015.
La permanente contradicción de los falsos dilemas de la narrativa del Nuevo Orden (Neuordnung), el desarrollo es sostenible para que todos sean pobres y no tengan ningún activo en el año 2030, porque se lo van a entregar a las oenegés como condición previa para ser muy felices.
En nombre de la diversidad, que ya existía y ha sido necesaria, siempre, para el funcionamiento óptimo de los mercados, se pasó a una aberración en la que, diversidad, es que todos sean iguales en la forma y que, en el fondo, todos piensen (si piensan) igual. Cualquier dogma diferente a los dogmas fundacionales de esa secta de aberrados, de trastornados mentales, debe ser censurado y reprimido.
Sostenibilidad o ser sostenible, se convirtió en una larga lista de personas, animales, cosas o prohibiciones, que podía ser todo y nada a la vez. Abortar, ser vegano, pintarse las mechas de fucsia o verde tóxico, no trabajar, no producir, decir combustibles fósiles y no hidrocarburos, ver películas hechas por Disney, montar en bicicleta, usar un carro eléctrico o hablar mal su lengua materna, entre otros miles de verbos y de conceptos que, el imaginario popular y la superchería social, empezó a considerar cómo “sostenible”.
Por cuenta de eso, los bancos, resultaron cerrando las líneas de crédito para las mineras, las petroleras y a los mejores clientes, para darle espacio a las empresas que se consideraban sostenibles, aunque su actividad no fuera sostenible en el tiempo porque, lo importante era que los empleados montaran en bicicleta, las letras del letrero de la empresa fueran negras y no blancas, contrataran a travestis y financiaran el aborto de sus empleadas.
Esa perversión de la sostenibilidad, trajo una avalancha de aberraciones corporativas. Empresas que exigen que todos sus empleados hablen inglés, como base para ser contratados, en una actitud excluyente y discriminatoria, pero dicen que son incluyentes porque contratan a travestis que hablan inglés.
En las empresas globales, los empleados resultaron empoderandose por razones raciales, políticas, nacionalidad, religiosas o de género, que no tenían nada que ver son su experiencia, conocimiento, grado de escolaridad o productividad.
Después de haber ocurrido una purga interna en la que fueron despedidos los mejores y más experimentados altos ejecutivos de un banco, una ex reina de belleza, encargada de las comunicaciones corporativas del banco, contó orgullosa que el promedio de edad de los empleados del banco era de 28 años. Esa inexperiencia de los empleados, se vio reflejada cuando a los pocos meses presentaron los resultados del año y fue el banco que más perdió en todo el país.
Una importante consultora mundial, perdió toda su credibilidad en Colombia porque la CEO pervirtió el concepto de la sostenibilidad corporativa, tras convertir a la sede de la empresa, en un cabaret temporal en el que desfilan drag queens, siempre que hay algún evento importante con los clientes, solo para demostrar que ellos son muy sostenibles.
La CEO del banco, disfrazada de una feminista radical, sólo para poder repeler cualquier investigación o auditoria formal sobre su gestión opaca y, si alguno tiene la osadía de cuestionar su labor sospechosa, lo acusa de ser misógino, querer hacerle daño a la imagen corporativa o ser miembro del heteropatriarcado machista. Además, los jefes no dicen nada porque ganan millonarios bonos. Idéntico al caso de la quiebra del Barings Bank.
La sobrina del presidente de Colombia, era la flamante vicepresidente de sostenibilidad de una empresa que se quebró a los pocos meses de su nombramiento. La productividad y la eficiencia corporativa quedó relegada, frente a la perversión del concepto de la sostenibilidad corporativa.
Los altos ejecutivos de grandes empresas colombianas, gracias a la perversión de la sostenibilidad corporativa, resultaron con fortunas incalculables, muy superiores a la de cualquier burócrata promedio del gobierno de Gustavo Petro, por ejemplo. El que se oponga a estos designios perversos, es descalificado, censurado y condenado, por promover un discurso de odio, ser racista, clasista, xenófobo, transfóbico, misógino.
Se creó un facilitador para delinquir, sin problema, porque se convirtieron en especies protegidas que podían robar a manos llenas, las arcas de las empresas, protegidas bajo el paraguas de la sostenibilidad.
Las universidades privadas, que generaban el insumo principal del mercado laboral colombiano para que las empresas fueran sostenibles, presentan una caída inmensa en el número de los estudiantes que se matriculan porque, para poder aparecer en los rankings mundiales en mejores lugares, adoptaron la ideología WOKE.
Generaciones de colombianos, formadas sin la capacidad de pensar, discernir, cuestionar, formarse un criterio propio porque eran adoctrinados con una sola idea, bajo un único discurso. Los rectores, de las percibidas como las “mejores” universidades, creyeron ser muy sostenibles pero infringen un daño irreparable a los jóvenes que tuvieron la desgracia de escoger estudiar en una universidad “sostenible”.
Fomentaron la aberración lingüística del lenguaje incluyente, obligando a los jóvenes a hablar como idiotas, para que en el mercado laboral fueran percibidos como atarantados, incapaces de realizar cualquier actividad productiva si, evidentemente, no saben hablar bien su lengua materna. Interpretaciones, conceptos, construcciones culturales, corrección política, hicieron que la gente no pensara o no entendiera, lo que quisieron entender sobre la sostenibilidad corporativa.
La sociedad cayó tan bajo, que esa minoría de falsos iluminados, se convirtió en los que determinan el rumbo de la sociedad que, sin ningún reparo, los adoptó como sus líderes porque vendieron que eso, precisamente, era ser sostenible.
En ese entorno corporativo pervertido, el resultado al interior de la sociedad colombiana fue que el bruto, el drogadicto, el perdedor, el fracasado, el quedado, el analfabeta, resultó imponiendo sus gustos y preferencias en todo, en lo político, en lo económico y en lo social.
Hicieron un combo de conceptos errados y como nadie entendía el verdadero significado de sostenibilidad, dilapidaron los recursos de las empresas creyendo que aseguraban con ese gasto inútil, la sostenibilidad corporativa, que llevó a muchas a la quiebra, demostrando que, precisamente, eran todo menos sostenibles.