En una ceremonia cargada de simbolismo, emoción y profundidad intelectual, el profesor Jesús Huerta de Soto fue galardonado con el Premio Juventud Hispanoamericana por la Libertad, reconocimiento a una vida dedicada al pensamiento económico, la enseñanza, y la defensa incansable de la libertad individual. Su discurso, lejos de ser una formalidad académica, se convirtió en una apasionada oda a la escuela austriaca de economía, a los ideales libertarios y, sobre todo, a las nuevas generaciones que llevan la antorcha de la libertad hacia el porvenir.
Una vida marcada por la revelación intelectual
Huerta de Soto comenzó su intervención con una confesión casi íntima: cómo su contacto con la economía austriaca no fue una herencia universitaria, sino una odisea personal. Un libro encontrado al azar, una mención críptica a Mises y Hayek, y el desprecio intelectual de algunos manuales académicos lo empujaron —con espíritu rebelde y mente inquieta— hacia la indagación profunda y autodidacta de las ideas libertarias. Fue un joven que estudiaba a Hayek mientras sus compañeros memorizaban a Lipsey, un heterodoxo entre ortodoxos, un disidente intelectual.
La juventud como esperanza y testimonio
Uno de los momentos más conmovedores fue cuando recordó su encuentro juvenil con el premio Nobel Friedrich Hayek. Aquel joven estudiante —“con casi pantalones cortos”, como él mismo bromeó— se presentó con sus libros subrayados ante el sabio austriaco. “Soy extremadamente optimista porque veo a jóvenes como usted”, le dijo Hayek. Y ese mismo mensaje fue el que Huerta de Soto quiso entregar ahora, cinco décadas después, a los jóvenes organizadores de la Red Hispanoamericana por la Libertad: que si ellos están presentes, el futuro está asegurado.
Javier Milei y el milagro libertario
El discurso no solo miró al pasado, sino que celebró el presente. Huerta de Soto no escondió su admiración por Javier Milei, el “milagro argentino”, un economista convertido en político que ha popularizado ideas otrora consideradas marginales como el anarcocapitalismo. Lo definió como un altavoz viviente, un fenómeno que ha llevado los nombres de Mises, Rothbard y Kirzner a las calles, las plazas y los cafés. Un predicador de la libertad en medio del desierto estatista.
“Se están formando decenas, centenares, miles de Javier Mileis para el futuro”, declaró con euforia. Y no fue una frase retórica: fue una declaración de guerra contra el pensamiento único, contra el estatismo que definió como “la droga más adictiva que ha conocido la humanidad”.
El estatismo: una enfermedad del alma
Con vehemencia poética, Huerta de Soto denunció al estatismo como una adicción más peligrosa que la heroína: una ideología que compra voluntades, erosiona la moral, y crea un círculo vicioso de dependencia. Llamó a no ver a los estatistas como enemigos políticos, sino como enfermos del alma, atrapados en un sistema que promueve la sumisión y el clientelismo. Su llamado fue claro: compasión, paciencia, pero también convicción inquebrantable en el debate.
La revolución ya está en marcha
“El mundo ya ha cambiado”, sentenció. Huerta de Soto celebró cómo las nuevas tecnologías han favorecido una difusión sin precedentes de las ideas de la libertad. “Los argumentos contra la libertad se están deshaciendo como un azucarillo en el café”, afirmó, en una de las imágenes más vívidas del discurso.
En un guiño final, mezclando ironía y fervor, recordó al Papa Francisco —a quien, según él, Dios ya habrá perdonado— y se definió, con media sonrisa, como “el anarquista más católico”. Una frase que, como todo en él, combina erudición, provocación y estilo.
Un testigo del tiempo, un faro para el porvenir
El discurso de Huerta de Soto no fue una lección de economía. Fue un acto de fe. Una arenga filosófica, una autobiografía apasionada, una carta de amor a la libertad y una exhortación urgente a continuar la batalla intelectual. Porque, como él mismo dijo, “no podemos dejar pasar ningún tranvía sin subirnos a él para defender la libertad”.
Y en esa ceremonia, todos subimos a bordo.