En el panteón de figuras públicas que han contribuido al deterioro de Argentina, pocos nombres resuenan con tanta infamia como el de Juan Grabois. Este autoproclamado “líder social”, abogado de profesión y militante de una ideología que mezcla populismo trasnochado con un socialismo dependiente, ha construido su carrera sobre la miseria ajena, explotando a los más vulnerables mientras se erige como un supuesto defensor de los pobres. Lejos de ser un héroe, Grabois representa lo peor de un sistema que fomenta la vagancia, la extorsión y la corrupción bajo el disfraz de la justicia social.
Un vividor de los pobres
Grabois, nacido en 1983 en una familia acomodada de San Isidro, podría haber optado por una vida de trabajo honesto y productivo. En cambio, eligió un camino más oscuro: el de lucrarse con la pobreza. Fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE) y de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP, ahora UTEP), ha convertido a las organizaciones sociales en una maquinaria de dependencia estatal, enseñando a miles de argentinos que la solución a sus problemas no está en el esfuerzo personal, sino en vivir de planes sociales y en exigir eternamente al Estado. En una entrevista con Infobae en diciembre de 2020, Grabois llegó a decir: “La gente está desesperada por poder laburar con algún orden, no con el desorden de tener que ganarte el mango, salir a cazar el pan”. Sin embargo, sus acciones contradicen sus palabras, ya que su modelo se basa en perpetuar la precariedad, no en resolverla.
Una de las acusaciones más graves contra Grabois proviene de sus propias declaraciones. En un video que circuló ampliamente, se le escucha admitir con descaro que, de estar en la situación de los cartoneros, también “robaría” al Estado para financiar sus protestas. Esta confesión, lejos de ser un desliz, es una ventana a su mentalidad: para él, el fin justifica los medios, incluso si eso implica desviar fondos públicos o extorsionar a los ciudadanos de a pie con piquetes y cortes de calle. No es casualidad que sus “piqueteros”, como se conoce a sus seguidores, hayan llenado la Plaza de Mayo con 300,000 personas en 2022 exigiendo un “salario universal”, según reportes de pennlive.com. Este espectáculo no fue un acto de solidaridad, sino una demostración de poder para presionar al gobierno y asegurar más subsidios que terminan en manos de sus organizaciones.
Acusaciones de corrupción y malversación
Las sospechas sobre el manejo turbio de fondos no son meras especulaciones. En septiembre de 2024, Grabois fue imputado por administración fraudulenta, malversación de fondos públicos, abuso de autoridad e incumplimiento de deberes, según notas periodísticas como las de Buenos Aires Herald. Estas acusaciones surgieron tras investigaciones sobre el manejo de recursos en el Ministerio de Capital Humano, donde se denunció que alimentos destinados a comedores populares permanecían almacenados mientras se pudrían, en lugar de ser distribuidos. Grabois, en su rol de denunciante contra la ministra Sandra Pettovello, terminó bajo la lupa por su propia gestión de fondos cuando dirigía proyectos sociales, con irregularidades señaladas en facturas mal confeccionadas y transferencias sospechosas vinculadas a sus organizaciones.
En 2021, durante un debate en C5N, el economista José Luis Espert lo acusó directamente de “arruinar la vida de los trabajadores” con sus piquetes y de ser un “gestor de la pobreza”, una etiqueta que le calza como anillo al dedo. Espert propuso meterlo preso por violar el artículo 14 de la Constitución con sus cortes de calle, una postura que refleja el hartazgo de muchos argentinos ante las tácticas extorsivas de Grabois. Estas no son acusaciones aisladas: en 2019, el Wilson Center destacó su cercanía con Cristina Fernández de Kirchner, sugiriendo que su influencia política está más ligada a favores y redes de poder que a un genuino interés por los desposeídos.
El profeta del socialismo dependiente
Grabois no solo parasita al Estado; también envenena las mentes con una ideología que glorifica la dependencia. Su “Plan de Desarrollo Humano Integral”, presentado en su sitio web juangrabois.com.ar, promete millones de empleos, pero en la práctica se traduce en más subsidios disfrazados de “trabajo organizado”. En una entrevista con EL PAÍS Argentina en 2022, afirmó: “Estamos para transformar la realidad, no para contenerla”. Sin embargo, su historial demuestra lo contrario: sus movimientos sociales han creado un ejército de personas que no buscan salir de la pobreza, sino mantenerse en ella con la ayuda estatal. En 2023, tras perder las primarias de Unión por la Patria con solo un 5.7% de los votos (Peoples Dispatch), quedó claro que su discurso no convence ni siquiera a los suyos.
Su admiración por el Papa Francisco no es más que una fachada para legitimar su cruzada. Mientras predica humildad, vive en Villa Adelina con su familia, lejos de las villas miseria que dice representar. En 2021, en una columna en Infobae, advirtió sobre un “estallido del pueblo pobre”, una amenaza velada que usa para justificar su control sobre las masas que moviliza.
Un parásito mugroso
Juan Grabois es la encarnación de la hipocresía: un hombre que dice luchar por los excluidos mientras los condena a la eterna mendicidad, que denuncia corrupción mientras sus manos están manchadas por ella, y que usa la fe y la pobreza como herramientas de poder. Las acusaciones públicas de extorsión, asociación ilícita y desvío de fondos no son rumores; son reflejos de una carrera construida sobre la miseria ajena. Es un parásito mugroso que se alimenta de la desesperación de los argentinos, un cáncer social que Argentina necesita extirpar si quiere recuperar la dignidad del trabajo y la libertad.