Ludwig von Mises, publicó en 1947 su libro, “Caos Planificado”, que me sirve para tratar de explicar lo que está ocurriendo en Colombia por culpa de Gustavo Petro y de todos sus secuaces y cómplices, que se esconden bajo todos los pelambres políticos.
La debacle económica, la destrucción institucional y el colapso social que está llevando a la desaparición de Colombia como una nación libre, próspera y soberana, no es la lógica consecuencia de la ineptitud de Gustavo Petro, ni de la incompetencia de su equipo de gobierno, ni de la ignorancia proverbial de su bancada en el Congreso; el caos que reina en la actualidad atiende, simplemente, a la puesta en marcha de un plan estructurado durante muchos años. Un caos planificado.
Karl Marx, un vividor, jamás trabajó o produjo algo durante toda su vida. Exprimió la fortuna de su aristócrata y millonaria esposa, Jenny von Westphalen, y luego se marraneó a Friederich Engels, su amigo por interés. Pareciera que esa vida sabrosa, sin tener que trabajar, le hizo entender de manera empírica el funcionamiento y las leyes de la evolución del capitalismo.
Marx entendió que la prosperidad que traía el capitalismo, que le había permitido ser un sibarita, debía funcionar perfecto, sin distorsiones, con los postulados del Liberalismo clásico de Smith y de Ricardo para que llegara a su madurez y, según él, le diera paso al socialismo.
El socialismo iba a llegar “con la inexorabilidad de una ley de la naturaleza”, decía Marx. El sistema de producción capitalista crea su propio final y establece el sistema socialista de propiedad sobre los medios de producción. Ese proceso del Materialismo Histórico, no podía ser distorsionado, ni detenido.
Marx no creía que el intervencionismo estatal beneficiara a las masas, por eso estaba en contra de fijar un salario mínimo, en contra de ponerle un control a los precios, en contra de intervenir los tipos de interés y en contra de la existencia y la financiación estatal de la seguridad social.
Para Marx y Engels, las decisiones de restringir, regular o “mejorar” el comportamiento del libre mercado, son decisiones “pequeño burguesas” que demuestran la ignorancia total sobre el funcionamiento y las leyes de la evolución capitalista. Esas decisiones se convierten en obstáculos para que el capitalismo funcione de manera óptima, retardando la llegada del capitalismo a la madurez.
Según Marx, la única política que podían adoptar los marxistas era apoyar incondicionalmente a los burgueses. Un partido marxista tenía que dedicarse a servir al liberalismo burgués. Mientras tanto, esperarían a que el capitalismo hiciera a su país, maduro para el socialismo.
Sin embargo, los críticos a ese determinismo marxista, que parecía medieval, no se demoraron en aparecer y empezaron a formular ajustes a la Teoría Marxista que sirvieran como atajos para implementar el comunismo sin que tuvieran que esperar a que pasara algo que nunca iba a pasar, si dejaban que el capitalismo funcionara libremente y de manera óptima.
Georges Sorel, por ejemplo, en su obra “Reflexiones sobre la Violencia” (1908) introdujo el concepto de la action directe (acción directa), el sabotaje, el terrorismo, el salvajismo y la huelga general como la única alternativa para llegar a la gran revolución final.
Vladimir Lenin publicó en 1916 su obra “El Imperialismo, fase superior del Capitalismo”, una justificación para la llegada del comunismo porque, supuestamente, el imperialismo de las grandes potencias era señal inequívoca de que ya estaba maduro el capitalismo porque estaba en su fase superior.
Sorel y Lenin introducen, también, la violencia, el terrorismo y el caos como elementos esenciales en el proceso revolucionario de transformación y cambio porque, se dieron cuenta, el proceso pacífico al que se refería Marx podía demorarse siglos o, mejor, nunca ocurrir.
Además, eran conscientes que el discurso marxista sólo había logrado cautivar a una minoría ignorante de vagos en casi todas las sociedades, por lo tanto, la opción de llegar al poder a través de un proceso electoral transparente, era imposible.
Entonces, siendo una minoría electoral, tocaba llegar al poder mediante una revolución artificial violenta, sangrienta que, además, diera un mensaje contundente a la población para que conozca a lo que se expone si no apoya al dictador, porque desaparecen los límites y controles que exige un régimen democrático.
Lenin fue un dictador despiadado, sabía que a los rusos les faltaba el valor para resistir a la sinrazón de la violencia. Lenin quiso ser un tirano del mismo nivel de salvajismo que Iván el Terrible. Los comunistas tienen que ser dictadores sanguinarios para imponer, a la fuerza, el dominio total sobre la sociedad y exterminar a todas las voces disidentes, que les permite saquear libremente el erario público y mantenerse en el poder de manera vitalicia.
Lenin exaltó las cualidades revolucionarias del joven Benito Mussolini, y su sucesor, Stalin, financió la creación de la Wehrmacht, la Luftwaffe y de todo el aparato bélico del partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NAZI), violando el desarme alemán impuesto en Versalles. Los partidos comunistas europeos estaban al borde del éxtasis con la aparición del Fascismo y del Nazismo, por eso le dieron recibimiento de héroes cuando invadieron a sus países.
Hitler y Mussolini justificaban la guerra y la violencia porque se oponían al “pacifismo burgués”. El terrorismo urbano de los Nazis y de los Fascistas, ejercido por los Camisas Pardas Nazis y por los Camisas Negras Fascistas, mantenía amenazada a la población y la sometía al miedo permanente, pilar del dominio dictatorial progresista.
Escondieron y prohibieron Mein Kampf (Mi Lucha) (1925) de Adolf Hitler porque es la prueba reina, que Adolf Hitler y el Nazismo son comunistas, herederos de la violencia y la radicalización de Sorel y de Lenin. Si de verdad hubieran querido que no se repitiera lo que hizo Hitler, censurando un libro, mejor hubieran prohibido la obra de Georges Sorel, la obra de Vladimir Lenin y la obra de Antonio Gramsci.
Lenin afirmaba que en Estados Unidos y en Latinoamérica eran respetuosos de la democracia y poco propensos a las revoluciones comunistas violentas. En Colombia, por ejemplo, el 9 de abril de 1948, Stalin fracasó cuando quiso fabricar de manera artificial, una revolución por intermedio del presidente venezolano, el comunista, Rómulo Gallegos Freire que envió a un par de gángster cubanos con pasaporte venezolano, Rafael del Pino y Fidel Castro, para provocar una gran revolución artificial, asesinando al fascista Jorge Eliecer Gaitán.
La ola de violencia y terror que inició el progresismo colombiano, desde finales del año 2019, tenía el claro objetivo de derrocar al gobierno del presidente Iván Duque y crear una gran revolución artificial que lleve al poder al progresismo en cabeza de Gustavo Petro. El grupo terrorista la Primera Línea fue financiado abiertamente por los miembros del Pacto Histórico sin que la justicia colombiana lo impidiera, a pesar de ser considerado como un delito, la financiación del terrorismo.
Una ola de violencia y de terror que no fue diferente a la ocurrida en Estados Unidos, Chile y otros países que tenían en común que no eran gobernados por la extrema izquierda que, posteriormente, resultaron siendo gobernados por engendros de dictadores elegidos, aparentemente, de manera democrática.
Confirmaron lo que había dicho Lenin. La única alternativa del comunismo, en países como Colombia, es llegar al poder de manera institucional, “legítima” a los ojos de una sociedad enceguecida por el resultado entregado por alguna autoridad electoral corrupta, no importa que, a la vista, sea más transparente una botella de Coca-Cola.
Gustavo Petro hizo trampa, saltándose el proceso histórico de transición del capitalismo al comunismo e implementando los diez principios del Manifiesto Comunista desde el día que, supuestamente, fue elegido. No es la misma “trampa” que acostumbra a hacer cada vez que consume sustancias psicotrópicas y tiene algún compromiso que debe atender, aclaro.
En los mercados de capitales mundiales, la percepción que se tiene sobre Gustavo Petro y su gobierno, es negativa. Incluso, en Wall Street, ya comparan a Petro con el ex presidente ecuatoriano, Abdalá Bucaram, lo que es funesto para el futuro financiero de Colombia porque eso demuestra que es percibido como un trastornado mental que genera altas probabilidades de que declaren como Deuda Odiosa, todo el endeudamiento realizado durante su gobierno.
En este punto, sin retorno, lo único que salva a Colombia, es que Petro renuncie, se vaya después de un gran paro cívico nacional. O que siga al píe de la letra los postulados Marxistas y deje de ponerle trabas al libre mercado, deje de cobrar tantos impuestos y deje que el capitalismo colombiano llegue a su madurez.