Escuché a alguien decir de forma peyorativa: “Los libertarios ven otra realidad”. “Gracias, Dios, por tanto”, pensé. Es que, claro, decir que alguien ve otra realidad implícitamente es reconocer que otra forma de vivir sí es posible. Y me quedé dándole vueltas a esa idea…
Hay una realidad tangible de vivir que se descubre cuando tu mente se libera de ciertas ideas. Eso es, para mí, vivir en una nueva dimensión. Y aclaro que no hablo de “mejor” o “peor”, sino de otra forma. Cuando comenzás a estudiar las ideas libres, los conceptos, la naturaleza del mercado, el valor del respeto por la propiedad privada, qué implica la autonomía individual, todo lo que te rodea parece moverse y comenzar a vibrar en un nivel diferente. Digo “vibración” como forma de energía movilizadora, como un estado de ánimo o humor social. Desde mi punto de vista, existen cuatro vibraciones políticas.
La Primera Vibración: El riel estancado
La primera es como los rieles de un tren: una vía fija sobre la que se mueve un tren nefasto que lleva un cartel que dice “fue así siempre”. En esta dimensión, los políticos roban y el pueblo ignora que roban. Llevan años así, sigue así, seguirá así, y la pasividad es absoluta. Es la vibración de quienes aplauden al intendente en un festival sin preguntarse quién pagó la decoración. En este riel, la casta política hizo creer a las personas que no hay otra opción, que solo pueden avanzar dentro de estos límites. Quienes tienen el poder del tren y de los rieles determinan el rumbo del gobierno, los impuestos y el gasto público. Las personas hacen lo que les dicen.
El miedo es la moneda corriente y quejarse es un riesgo innecesario.
La Segunda Vibración: El Camino del conformismo
Aquí es donde los partidos tradicionales, cuya política es “administrar la decadencia”, se enriquecen en el proceso y los votantes creen que están eligiendo. En realidad, giran entre opciones que parecen diferentes, pero en esencia son lo mismo: estatismo con distintos disfraces.
En este plano operan los medios de comunicación, esa academia estatalizada, repitiendo ideas como mantras lavacerebros. Una relación simbiótica entre poder y medios moldea a la opinión pública con relatos repetidos y excusas de manual. A diferencia de la primera dimensión, aquí se elige siempre entre antagonismos, pero siempre los mismos. La política es solo un juego de intereses donde negocian privilegios, se reparten cargos y se repiten promesas vacías. La gente cree que hay “cambios” porque se modifican las caras y los medios le dicen que los hay, pero el sistema sigue igual. Aquí habitan los burócratas. Es el hábitat de los tibios, de los dirigentes sindicales y todos los políticos que, aunque parezcan rivales en la superficie, trabajan para el mismo fin: mantener el sistema en pie y seguir beneficiándose de él. Cambian los nombres, pero nunca el esquema de poder. En esta vibración o forma de vivir la política, los ciudadanos son “los versus”. Es vital siempre tener un otro enemigo. Si milito a tal, es porque soy enemigo de tal. Siempre unos versus otros. Lo vemos claro en las personas fanáticas de un partido político, odiando como fábrica en serie todo lo que hace el partido de enfrente. Incluso aunque el partido de enfrente se extinga, ellos necesitan imperiosamente resucitarlos y crearles un referente para justificar el odio, que es, en definitiva, su única razón de ser.
Llamo a esta vibración “el camino del conformismo” porque aquí me conformo con tener un enemigo y con que el Estado controle todos los aspectos de mi vida. Así, yo no tengo responsabilidad de nada. Es “más fácil”. El Estado es algo enormemente grande, del que yo entiendo poco y nada, pero me entretengo en criticando. La jactancia de saberlo todo sin saber de nada. Y al mismo tiempo, el Estado es responsable de mi humor y controlador absoluto de mi vida. Acá es donde siempre: “voto al menos malo” o al que se ve más lindo.
Esta dimensión tiene un aspecto también peligroso: la ilusión del estado benefactor. Porque gracias al conformismo, aquí se instala la mentira de que el Estado puede solucionar todo. “Derechos” que en realidad son privilegios financiados con el dinero ajeno. Políticos que “dan” lo que antes han quitado. Mientras tanto, la gente queda atrapada en una dependencia del estado que impide el crecimiento real. Es la trampa del asistencialismo. Del “me conformo con tener un puestito”. Es el espacio donde millones de personas perciben al Estado como una fuente de “trabajo”. Acá es “si todos roban, yo también”. Es donde, sabiendo lo que es el Estado, los ciudadanos se conforman orgullosos de cambiar libertad por subsidios o puestitos, y autosuficiencia por dependencia.
Tercera vibración: La rebelde minoría razonable
Es aquí donde emergen las voces de la libertad. Personas que desafían el relato dominante y cuestionan el dogma del estatismo. Aquí cada vez más gente empieza a ver lo que realmente sucede. La casta teme esta dimensión porque es la antesala del verdadero cambio.
Algunos ciudadanos comienzan a cuestionar la realidad impuesta. Incluso quienes trabajan en el Estado, toman conciencia de dónde sale el dinero de sus sueldos. Ven la inflación como el robo que es, se preguntan por qué deben entregar la mitad de su salario en impuestos y descubren que el Estado no es un “padre protector”, sino un parásito que vive a costa de otros.
Es la dimensión incómoda. Donde, si trabajás en el Estado, ya no podés hacerlo tan feliz y orgulloso como antes. Donde, si no trabajás para el Estado, ya no te hace gracia rodearte de personas que no se cuestionen lo que hacen los políticos. Es donde decidís “esto está mal” y elegís no mirar para otro lado ni enriquecerte del daño. Tomás conciencia de que eso que daña a otro te daña implícitamente a vos, aunque no seas el afectado. Solo porque fuiste consciente del daño.
Cuarta vibración: La Sociedad Libre
Aquí, el Estado no es un amo todopoderoso, sino un simple administrador de lo público con funciones limitadas. La personas son dueñas de su destino, la economía prospera sin trabas y la política deja de ser un obstáculo para la creatividad de los ciudadanos. Es la vibración que la casta quiere evitar a toda costa. Aquí habitan quienes han entendido que no necesitan un salvador en la política, sino más libertad para tomar sus propias decisiones. Aquí están los que dicen “el Estado no tiene por qué meterse en mi vida”. De cierta forma, es la más exigente de las vibraciones porque aquí el responsable de los aciertos y de los fracasos es uno mismo y las elecciones que toma. Y esa valentía, como sabemos, no es para cualquiera. Aquí, culpar a otro y no hacerse cargo no es virtud, es debilidad.
Aquí vibran los que han comprendido que el gobierno no es la solución, sino el problema. Son los que por ejemplo se juntan, escriben al ministro de desregulación contándole un problema, lo visibilizan, proponen un inicio de solución, logran que el gobierno active un cambio pequeñito pero importante. Todo, porque quieren trabajar mejor en lo que les gusta. Que, obviamente, jamás es en el Estado.
Aquí se aspira a un Estado mínimo. Y el sistema se encarga respetuosa y profesionalmente de la seguridad, educación y justicia. Los ciudadanos trabajan pero el Estado no se enriquece, se administra eficientemente.
Los políticos que no son funcionales a las necesidades de las personas que los votaron quedan fuera porque el mismo pueblo evalúa resultados, no las palabras y ni su apariencia.
Habita aquí un ciudadano maduro cívicamente, instruido por propia voluntad. Un ciudadano que trabaja para ser exitoso y quiere que otros sean igual de exitosos o más. Porque eso es lo único que hace crecer a una sociedad. Un ciudadano que no siente culpa ni envidia por los demás porque su concepción de riqueza no está basada en sacarle a unos para enriquecerse. Ni en fingir ser bueno dando lo que le sobra a otros. Un ciudadano que delega la administración de sus impuestos en las personas correctas. Personas que no hacen daño al pueblo con fines egoístas.
“FIN” (diría el vocero de Milei)
Esas son las cuatro vibraciones o dimensiones que veo coexistiendo, todas al mismo tiempo, en Argentina. Entonces, no es que los políticos, medios y militantes opositores de siempre no entiendan el mundo libre o que “los libertarios ven otra realidad”, es que las personas libres viven en otra vibración.
Como dije al principio, ninguna dimensión es mejor o peor, son todas totalmente distintas. Mientras para unos su mundo es el del poder, la burocracia y la dependencia, otros han dado el salto hacia la dimensión del respeto por el fruto del trabajo y el deseo de un futuro sin cadenas estatales.
Por eso, para mi, militar las ideas de la libertad no es solo trascender las falsas opciones de la política tradicional. La Libertad no es solo una postura económica, es una manera de ver la abundancia que te rodea.
La pregunta cada mañana es una: ¿En qué vibración vivís y en cuál querés vivir?
Cruzar el umbral hacia la libertad no es solo una decisión política, es una decisión de vida: hacernos responsables de nuestra propia existencia en la dimensión que elegimos.