La reciente condecoración del economista Jesús Huerta de Soto por parte del presidente argentino Javier Milei representa mucho más que un gesto diplomático o una coincidencia ideológica. Es la escenificación pública de un proyecto de transformación civilizacional que reabre una pregunta central, olvidada durante más de un siglo:
¿Es el Estado una condición necesaria del orden social o su principal obstáculo?
El alineamiento entre Milei y Huerta de Soto no solo desafía el consenso político de la modernidad tardía. Propone una subversión metódica del marco conceptual que ha sostenido la legitimidad del Estado como organizador de la vida social.
Diagnóstico Compartido: El Estado como Ficción Costosa
En sus respectivos discursos, Milei y Huerta de Soto convergieron en un diagnóstico común: el Estado no falla por accidente, sino por diseño.
Milei, desde su posición ejecutiva, presentó un balance factual:
- Control de la inflación en descenso acelerado,
- Crecimiento de la actividad económica
- Reducción del déficit y avance en la desregulación.
Sin embargo, su énfasis fue filosófico: la tragedia argentina no es un problema técnico, sino moral. El estatismo ha sido internalizado como virtud nacional, y revertirlo exige no solo reformas, sino una revolución de mentalidades.
Huerta de Soto, desde el plano teórico, expuso los fundamentos más profundos de esta revolución.
Apoyándose en la teoría austriaca de la imposibilidad del cálculo económico en ausencia de propiedad privada, demostró que el Estado es epistemológicamente incapaz de asignar recursos de manera eficiente y que su intervención sistemática produce miseria, no porque falle la ejecución, sino porque viola los mecanismos espontáneos de coordinación que hacen posible la civilización.
Ambos discursos, aunque distintos en forma, coincidieron en una premisa:
El Estado no corrige fallos del mercado; los genera. No protege libertades; las erosiona.
De la Teoría a la Práctica: Riesgos, Transición y Escenarios
Trasladar esta visión a la práctica política plantea desafíos de magnitud histórica.
- Anomia Cultural: Sociedades que han delegado por generaciones su seguridad y bienestar en el Estado presentan profundas resistencias psicológicas a la asunción de responsabilidad individual.
- Costes de Coordinación en Transición: La supresión acelerada de estructuras estatales puede provocar disrupciones temporales en sectores como salud, educación o justicia, que —sin marcos de mercado desarrollados— podrían generar vacíos de oferta antes de que los mecanismos espontáneos puedan recomponerlos.
- Inestabilidad Política: Los intereses creados que se benefician del status quo —sindicatos, corporaciones estatales, burocracias partidarias— tenderán a reaccionar con violencia ante cualquier amenaza real a sus privilegios.
- Problemas de Tiempo de Maduración: La eficiencia dinámica del capitalismo (como señaló Kirzner) requiere tiempo para que el descubrimiento empresarial reemplace funciones estatalizadas. Este lapso puede ser políticamente costoso.
No obstante, la alternativa —perpetuar el estatismo— no es neutral. Es el mantenimiento garantizado del estancamiento, la corrupción sistémica y la infantilización social.
Impacto Estratégico: La Alteración del Marco de Debate
Más allá de su viabilidad inmediata, el evento Milei-Huerta de Soto ya ha alterado el marco intelectual en el que se define el debate político argentino —y potencialmente latinoamericano.
Ya no se discute, como en la tradición socialdemócrata, cuánto Estado es tolerable.
Se discute, por primera vez en décadas, si el Estado, como institución monopolista de la violencia, es compatible con una sociedad libre, próspera y moral.
La reintroducción del anarcocapitalismo y del liberalismo radical como alternativas legítimas desarma el falso dilema entre “Estado fuerte” y “Estado eficiente”. Plantea un horizonte distinto: sociedad sin Estado.
El Desafío de la Coherencia
Si Milei y su gobierno logran sostener su impulso reformista, no solo estarán reestructurando una economía fallida, sino desafiando los fundamentos morales de la arquitectura política contemporánea.
Pero el éxito no dependerá únicamente de la contundencia de las reformas. Dependerá, sobre todo, de la capacidad de construir una nueva legitimidad cultural basada en los principios de autogobierno, responsabilidad y respeto absoluto a la propiedad.
La historia no suele favorecer a los reformistas tibios ni a los iconoclastas sin estrategia.
Pero sí premia, ocasionalmente, a quienes entienden que las civilizaciones no mueren por falta de Estado, sino por exceso de Estado.
El experimento argentino no es simplemente económico: es filosófico.
Y el mundo entero está observando.