Se ha vuelto recurrente, desde que Donald Trump asumió la presidencia de Estados Unidos el pasado 20 de enero, el enfoque transaccional que ha impuesto casi en cada decisión de política exterior que ha tomado.
En sus tratativas para intentar terminar la guerra en Ucrania quiere, por ejemplo, que este último país le de acceso a la riqueza de tierras raras. O que le permita controlar las centrales nucleares de generación eléctrica.
Todo, a cambio de que llegue la paz, brindarle a Ucrania plenas garantías de seguridad frente a las ansias expansionistas de Vladimir Putin y el compromiso que no se unirá a la OTAN.
En su peculiar política exterior en la que prevalecen los negocios, también se ha puesto sobre la mesa convertir a Gaza en una espléndida “Riviera Mediterránea”, con hoteles, apartamentos y villas turísticas, a cambio de acabar un conflicto próximo a cumplir ocho décadas en el Medio Oriente.
Con la promesa de asegurarse los recursos mineros y petroleros, así como permitir la explotación turística y comercial de Groenlandia, ha ofrecido a Dinamarca comprar esa enorme isla, la que considera vital para la seguridad nacional.
Trump ha querido anexarse todo Canadá (el país con mayor extensión en el hemisferio Occidental), a cambio de todo el superávit comercial que ha sacado ese país de sus negocios con Estados Unidos.
Hay países que incluso no han esperado a escuchar qué quiere Trump, sino que ellos mismos han golpeado su puerta.
La República del Congo -un país devastado por la guerra- ofreció la propiedad de algunos de los 24.000 millones de dólares en minerales que el país cree que tiene en su subsuelo, en una petición al presidente Trump para que traiga paz a la región.
“Creemos que Estados Unidos, dado su papel de influencia en todo el mundo, es un socio importante y nos complace mucho ver que, con la administración Trump, las cosas avanzan mucho más rápido”, dijo el presidente congolés, Paul Kagame.
Ante la aparente imposibilidad de que haya otra manera de acercarse a la administración Trump, la pregunta que surge es ¿qué tienen los países para ofrecerle a la mayor potencia económica y militar del mundo, para que les ayude a salir de sus problemas?
Dado que el gobierno del presidente Gustavo Petro empezará en agosto a recorrer su último año de mandato -sin que haya mostrado logros, en medio de una gestión caótica y llena de escándalos- sería bueno preguntarse qué tendría para ofrecer el próximo mandatario colombiano a su homólogo norteamericano.
Se ha dicho hasta la saciedad el enorme potencial minero-energético de Colombia y es siempre mencionado en los análisis de inversionistas que realizan distintas firmas especializadas.
Sin que el país sepa a ciencia cierta cuáles son los minerales que posee porque no ha hecho la tarea de emprender estudios pormenorizados al respecto, Estados Unidos bien podría empezar por ahí.
De la misma forma, la superpotencia mundial puede aprovechar la tremenda riqueza hídrica. En las montañas andinas de la cordillera oriental colombiana nacen varios de los más grandes afluentes de los ríos Orinoco y Amazonas.
El país tiene millones de hectáreas que, bien adaptadas, pueden servir para sembrar alimentos de todo tipo.
En el departamento del Chocó existe una costa muy extensa que puede albergar puertos de aguas profundas sobre el Océano Pacífico. Aprovechando la relativa proximidad de esa costa al Mar Caribe, Estados Unidos podría construir un canal interoceánico con un moderno ferrocarril y autopistas para hacerle competencia al Canal de Panamá.
En ese departamento también está la selva con más pluviosidad del mundo, que sirve de hogar a especies maderables exóticas, tal vez únicas en el mundo.
En la península de la Guajira, sobre el Mar Caribe, hay un enorme potencial para desarrollar gigantescos proyectos turísticos.
Bien explotados por las grandes cadenas hoteleras estadounidenses, el país podría hacer realidad la cifra mágica de 10 millones de turistas al año, con los que -nos dicen dejaremos de depender del negocio del petróleo.
El parecido de la Guajira con las islas de Aruba y Curazao, donde han florecido grandes desarrollos turísticos, podría darle vida por fin a enormes extensiones de desierto frente al mar.
En el sur del país, en el departamento de Nariño, manglares y cuerpos de agua serían estupendos también para impulsar la industria turística, con autopistas acuáticas que combinen mar, rio y selva.
Y un enorme mercado de más de 50 millones de habitantes para que las empresas estadounidenses puedan producir y vender sus productos sin ningún tipo de restricciones comerciales.
¿Por qué Colombia no ha desarrollado todo eso? Por desidia e ineptitud. ¿Qué esperamos para ofrecerle a Trump una parte o todo el potencial del país para que salgamos del subdesarrollo que nos ha tenido atados durante tanto tiempo?
¿Aló Míster Trump? Lo llamo desde Colombia para hacerle una oferta que será difícil de rechazar…