La devaluación ha sido una herramienta recurrente en países con políticas de nacionalismo monetario, como Argentina, utilizada bajo el argumento de mejorar la competitividad externa y corregir desequilibrios macroeconómicos. Sin embargo, economistas de la Escuela Austriaca, como Friedrich Hayek, Ludwig von Mises y Jesús Huerta de Soto, han demostrado que esta estrategia no solo es ineficaz a largo plazo, sino que además provoca efectos adversos sobre la estructura productiva y la distribución del ingreso.
Hayek, en Precios y Producción, explica cómo las expansiones monetarias artificiales distorsionan el sistema de precios relativos, generando una mala asignación de recursos que, en última instancia, conduce a ciclos de auge y caída. En esta misma línea, Mises, en La Teoría del Dinero y del Crédito, advierte que la devaluación funciona como un impuesto encubierto sobre los ahorros y el poder adquisitivo de los trabajadores, desplazando riqueza desde los sectores productivos hacia quienes reciben el nuevo dinero en primer lugar.
Históricamente, Argentina ha recurrido sistemáticamente a la devaluación como un mecanismo para corregir déficits externos y aliviar presiones fiscales, pero el resultado ha sido una inflación estructural, la pérdida de confianza en su moneda y una continua erosión de su peso en el comercio internacional. La política de Milei rompe con este paradigma, estableciendo un rígido anclaje monetario que impide la emisión descontrolada y fuerza al equilibrio fiscal.
Desde su asunción en 2023, las reformas implementadas han permitido reducir la inflación de un 211% interanual en diciembre de 2023 a un 84.5% en enero de 2025, alcanzando un superávit primario por primera vez en más de una década. Al eliminar la discrecionalidad monetaria y garantizar disciplina fiscal, se busca restablecer la estabilidad macroeconómica y reconstruir la credibilidad del país en los mercados internacionales.
El caso argentino es una prueba empírica de que la estabilidad monetaria y fiscal es la única vía sostenible para recuperar la competitividad económica. Modelos basados en la manipulación del tipo de cambio y la expansión artificial del crédito han demostrado ser una trampa que perpetúa la fragilidad económica. El éxito de la estrategia de Milei radica en su capacidad para desactivar los mecanismos inflacionarios de raíz, evitando así el “doble castigo” que enfrentan los sectores más vulnerables ante cada ciclo de devaluación e inflación.
A pesar de estas evidencias, todavía hay sectores que insisten en pedir una devaluación, ya sea por deshonestidad intelectual, por ignorancia o por el simple deseo de ver fracasar al gobierno de Milei. Parecen no haber aprendido nada de la historia reciente: cada vez que un gobierno ha recurrido a la devaluación para tapar su inutilidad política, ha condenado a millones de personas a la pobreza. La devaluación no es un atajo hacia el crecimiento, sino una receta probada para la destrucción del poder adquisitivo y la perpetuación del estancamiento económico. Quienes la promueven deberían, como mínimo, explicar por qué deberíamos esperar un resultado diferente esta vez.